SEMINARIO CENTRAL INVESTIGACIÓN

Descripción de nuestra presente edición

Y es el vigésimo sexto año del Seminario. 

Hemos tenido siempre un tema que convoca a discutir, a presentar, a compartir. Por  cierto que eso no significa que todo lo que haya ocurrido en cada versión haya  permanecido estrictamente apegado al tema que se ha propuesto. Las variaciones,  los incisos, las digresiones, las salvedades, las injerencias no previstas, pero  bienvenidas al producirse han llegado a constituir costumbre. Y toda esa variada  gama de ocurrencias se ha debido a lo que cada cual tiene en mente, en vista o en  memoria, siendo de interés y ocupación personal. 

Así que no hay sorpresa si el esquema se repite. Solo que esta vez no tenemos  tema alguno que ocupe el centro más o menos indeciso, impreciso del Seminario  Central. 

Se trata de lo que mueva a cada cual a pensar, a discutir, a presentar, a compartir  desde el lugar reflexivo, propositivo en que ahora se encuentra. 

¿En qué estamos? no es, pues, una pregunta que quiera averiguar lo que concierne  de consuno a un grupo, una caterva, una sociedad eventual. ¿En qué estamos?  inquiere a cada quien por aquello en que está (en los términos y actividades  previamente aludidas). Y eso sugiere inevitablemente un índice de dispersión, de  multiplicidad y variedad de asuntos.

Pero, a la vez, el plural de primera persona de la pregunta busca sugerir que, sea  lo que fuere lo que a cada cual inquieta, la entrega (el don) que quiera hacernos  será recibida (recibido) solidaria y amigablemente por la caterva variopinta de que  hablábamos. 

Pero si no habrá un tema en torno al cual orbitar, sí habrá un pie forzado. Es la  imagen. Es decir, cada presentación tendrá en esta —como quiera que se la aborde,  refiera, exhiba, interrogue— algo así como su pivote, su hito inexcusable. La  pregunta ¿qué imaginamos? no consulta tanto por lo que cada quien, en la intimidad  de su ingenio, conciba o columbre, sino por la fuerza con que una imagen o más de  una, una serie o repertorio de imágenes nos seduce, o sea, seduce a cada cual, en  la expectativa de que esa seducción se extienda, se difunda en la compañía. 

Seducción, sí, pero de muy diversa laya, tonalidad y suerte. Hay algo de infinito en  toda imagen, algo en última instancia inasible y a la vez calladamente inquietante.  Inestable, sí, fugitiva o cambiante en su pasividad, total e inconclusa al mismo  tiempo, albergando en su fondo lo que no es imagen y que, quizá, es lo que desde  ella misma, hace a la imagen posible. 

La invitación está abierta y ya se va poblando.